miércoles

Actividad #5. Taller de leyendas 1. La Segua

Hoy, a pesar de que me recibieron con la triste noticia de que don Marito Leiva había fallecido ayer, tuvimos un taller muy productivo.
A don Marito, que tenía ya bastante tiempo de estar en cama, apenas lo vi una vez. Sin embargo, me puso muy triste su muerte, en especial por el efecto que causa una pérdida de este tipo en personas mayores: doña Orfilia estaba en su habitación y no quiso salir a trabajar con las demás, y doña Magdalena pasó toda la mañana quejándose de un dolor de piernas y hablando sobre su familia y cómo ella los cuidó a todos hasta que murieron. La verdad, fue bien triste.
Pero dentro de todo, hubo una buena noticia: hay una muchacha nueva haciendo voluntariado en el Hogar. Se llama Cristina y es de Washington. Hoy conversamos un rato después del taller, y se ofreció a ayudarme los miércoles (por dicha habla bastante español y puede conversar con las señoras).
Hoy tenía planeado que hicieramos dibujos de la Segua, pero las mesas estaban ocupadas con las flores de la misa de don Marito, entonces no las pudimos utilizar. Decidí conversar un rato con ellas a ver qué me contaban sobre esta leyenda, y comencé con un estímulo oral:
"Los hombres trasnochados y borrachos tenemos más probabilidad de topárnosla cuando venimos de la cantina pasando por trillos y cafetales. Bella como el girasol, de curvas pronunciadas y grnades bustos, piernas torneadas como bizcocho de maíz, su cara por mi borrachera no se notaba muy bien.
Al pasar junto a ella me pidió fuego para encender un cigarro, de inmediato saqué mis fósforos y al encender, miré su cara de yegua, con sus grandes ojos rojos y endemoniados, caí desmayado y duré cuatro días con la lengua trabada.
¡Claro, muchachos, era la Segua!"

Después de escuchar la historia, quien más se emocionó fue doña Marianita Saravia. Ella inmediatamente deleitó a la audiencia (éramos 6, contando a Cristina) con dos historias de miedo en las que nos recordó palabras que no escuchábamos desde hace tiempo.

"Claro que sí... antes había mucha gente vagamunda que se dedicaba a asustar. Cuentan que allá por Paraíso, un señor que venía en su caballo por la noche, oyó como un llanto de bebé a la orilla de la calle... Se asomó a ver qué era y dijo "qué infeliz la mamá de este chiquito, onde lo viene a abandonar aquí en media calle" y agarró y se bajó del caballo y envolvió al chiquito -era un bebé chiquititico, casi recién nacido- en la jacket y se volvió a subir al caballo. Claro, como estaba oscuro, no vio bien lo que estaba llevando, y al rato de andar oye que el bebé le dice "Tatica, véame los dientes" y onde vuelve a ver y se encuentra con aquella cara de yegua, ¡y claro, era una segua disfrazada de bebé! Y la hizo tirada del caballo con todo y jacket, y quedó mudo un montón de días del puro susto... Eso debe ser positivo, porque a mí me han contado de mi tío Isidro, que le decíamos "Chilo" que venía de Orosi a Paraíso a pie, porque quería aprender a tocar violín. Ellos tenían una finca de ganado y él era peón y trabajaba ahí y en otras fincas también. Todos los días como a las cuatro de la tarde, tomaba café y se catrineaba (porque él era muy fino) y cogía el violín para irse a Paraíso (como no tenía caballo, se venía a pie, porque abuelo sí tenía bestia, pero él no se la agarraba).
Un día, cuando venía de vuelta para la casa, como a las 7 de la noche, vio un zopilote negritico y se imaginó que qué haría un pájaro ahí tan tarde... Siguió caminando y al rato se acordó del zopilote y se volvió a ver para atrás y en eso vio un chiquillo todo vestido de blanco que venía corriendo detrás de él. Se asustó mucho y dijo a correr y correr, y entre más corría, más se apuraba el chiquillo para alcanzarlo. Cuando llegó a Orosi, corrió a meterse en la casa de un tío que vivía en el puro centro. Llegó corriendo a empujar la puerta (en ese tiempo no había picaporte, solo tranca de esas que son un tuco de madera con un clavo) y entonces la tranca, del empujón, se arrancó y mi tío entró corriendo y gritando "Tío Tobías, tía Juanita, es Chilo, el hijo de Mana Joaquina" y les contó que se le había puesto atrás un chiquillo. "¿Ve? Eso le pasa por andar en la calle tan de noche", le dijo la tía. "Eso que usté vio no es más que una Segua, pa que no vuelva a andar de noche en la calle". Al final, estaba tan asustado (cuando un hombre siente miedo, es porque de verdad la cosa da susto) le dieron posada para esa noche. El violín amaneció tirado afuera y del chiquillo no volvió a saber... Como a las cinco de la mañana recogió los chunches y se jue sin despertar a la gente de la casa, porque tenía que trabajar. Cuando llegó a la casa ya mi abuela estaba levantada haciendo el almuerzo de la peonada y se la encontró muy preocupada porque él no había llegado a dormir. Cuando contó la historia, su mamá le prohibió bajar a Paraíso, porque dicen que ahí antes había muchas brujas. "Imagínese, que lo hubiera alcanzado esa bruja, lo deja asombrado y usté en medio de la nada sin naide que le ayude", le dijo mi abuela. Y entonces tío Chilo no volvió a bajar de noche a Paraíso".

Al terminar doña Marianita, hablamos de la importancia de este tipo de historias en el imaginario cultural de la época (le explicaron a Cristina que muchas veces estas historias con moraleja se inventaban para asustar a los hombres que se iban a emborrachar y volvían tarde a la casa. Otras, como doña Marianita, dicen que no, que esas cosas sí pasaban de verdad, porque había gente que se dedicaba a asustar, como las brujas de Paraíso y de Escazú -yo no sabía que en Paraíso hay una tradición parecida a la de Escazú en relación con las brujas-). Les comenté a las señoras que cuando yo estaba pequeña y vivía en Bahía Ballena, no teníamos luz y entonces en la noche lo que hacíamos era contar historias como esta... Doña Marianita nos decía que sí, que es que ahora la televisión ha cambiado mucho las cosas. Y concluyó con una frase que me llamó mucho la atención:

"Uno, entre más vive, más ve y más sabe."